“Buscábamos una aventura, una experiencia, alpinismo en la naturaleza más pura. Buscábamos un lugar de paz en medio de un mundo en el que el estrés es parte de la vida cotidiana, en el que el éxito es más importante que la realización. Al final, encontrábamos lo que buscábamos: una experiencia que el dinero no puede comprar.”
Los dos alpinistas se aventuraron en terra incognita: “el invierno es algo diferente...la nieve, las condiciones, no hay nadie allí en el pueblo, no pueden ayudarte, no tienes información, sólo la del verano, no sirve de mucho...cuando llegamos a las montañas nos dimos cuenta de que iba a ser una experiencia muy dura”, afirma el joven argentino de 25 años Jorge Ackermann.
Y no se equivocaron: la aproximación y el porteo al Superior ya fue toda una experiencia en medio de la nieve y esquivando aludes. Una vez con todo el material a pie de pared, esperaron el aviso de ventana de buen tiempo: llegó, y comenzaron a escalar su nueva ruta en la cara este del Fitz Roy.
Primero vinieron 5 largos de mixto no muy complicado, hasta llegar a las dificultades. Tras algún vivac y muchas tiradas llegaron a lo que denominaron “la repisa de la esperanza”, porque pensaban que a partir de allí las cosas eran menos difíciles. Pero no fue así: la cosa pintaba igual o peor, y entonces se dieron cuenta de que no les iba a dar tiempo de alcanzar la cima antes de la llegada de “la tormenta perfecta” que les había anunciado el meteorólogo para dos días después. Así que decidieron descender. De forma lenta, rápel tras rápel, péndulos, maniobras de pared, descenso de petates...
Más adelante, para quitarse la sensación de lentitud propia de un Big Wall, realizaron un ataque rápido a la Aguja Guillaumet. Verdaderamente rápido, en 2-3 horas. Y alcanzaron su cima.
Unas escaladas que ambos consideran la más importante experiencia de sus vidas.