“Dirigirme al G2 ha estado condicionado por tratarse de un 8.000 fácil (cuestionable si no hay nadie), masificado y así solo te tienes que preocupar de que el puño bloqueador, este bien puesto en la cuerda y que las cabeceras de anclaje sean sólidas. Es decir que solo tenia ganas de intentar realizar una ascensión sin tener que poner mucha imaginación, minimizando riesgos, en compañía de amigos. En definitiva pasarlo bien y ponerme a prueba mental y físicamente, para obtener una serie de conclusiones sobre mi futuro ochomilero.
Como podéis leer, un extraordinario argumentario que nada ha tenido que ver con la puñetera realidad de lo vivido. Posiblemente debido a la falta de imaginación del contenido real del proyecto y que tal vez podíamos encontrar en el añadido de intentar también el G1.”
Lolo González se recuperaba de las congelaciones y los problemas que sufrió el año pasado en el Lhotse. Quizás por eso, para recuperar confianza, decidió intentar un ochomil “bajo”, “fácil”, y “concurrido”.
Nada de esto ha sido así. Alguien tan experimentado como Ferrán Latorre afirma que “al clavar el piolet, tuve claro que aquella era la llegada a la cima más espectacular de mi vida.”
Recordemos que se habían quedado solos en la montaña, en una mala temporada en el Karakorum, en la que la nieve ha caído durante días y días. El GII estaba muy cargado. Decidieron partir hacia cima en un último intento. El grupo lo componíanlos andaluces Lolo González, Fernando Fernández-Vivancos, José F. Saldaña y Miguel A. Navarrete, el canario José E. Carboné, y el iraní Mahdi. Basheer, el porteador de Ferrán, les acompañaba hasta el campo 3.
“El 28 de julio se nos presentaba como fecha limite, para hacer un intento de cima o recoger todo el material depositado en los campos 1 y 2. Y con los partes meteorológicos disponibles en esa fecha, decidimos subir más con esta ultima idea, sin descartar que se pudiese producir una ventana real de buen tiempo, que la nieve se asentase y nos permitiera progresar con seguridad entre el C2 y C3, mientras que la travesía superior ya seria otro tema y por último, consideramos importante recuperar las cuerdas fijas instaladas por las expediciones comerciales, aunque era una cuestión secundaria ya que podríamos solucionarlo con nuestras capacidades técnicas y el material que subimos por si era necesario. La conclusión real: misión imposible ¿Íbamos realmente a intentar escalar el G2?
No podíamos empezar peor. A las dos de la mañana cuando nos levantamos, nevaba copiosamente. Aun así decidimos continuar, ya no teníamos nada que perder. El iraní Mhadi, que se unía al grupo, se presentó en la tienda comedor preguntando si posponíamos la salida hasta la 4 h, quedo un poco perplejo cuando le dijimos que de eso nada. No podéis imaginar con cuanta rabia inicie la ascensión y el supremo cabreo con el que llegué al C1. Afortunada mente a lo largo de la mañana mejoró el tiempo y quedo un buen día que nos volvió a dar algo de esperanzas (pocas), sol y arriba mucho viento que parecía limpiar de nieve la zona alta.” (Lolo)
El día 29 las cosas pintaban mejor: encontraban las cuerdas tiradas en la arista, lo que les permitía asegurar el descenso. Una vez llegados al campo 2, Ferrán continuó un tramo, comprobando que la nieve estaba estable y encontrando cuerdas. Para el día siguiente, Ferrán Latorre y José Carboné salían primero, con poco peso y cuerda, y todo el grupo alcanza el campo 3. Basheer, el acompañante de Ferrán Latorre, da la vuelta y desciende. Deciden intentarlo desde el campo 3. Una larga tirada.
El día de cima el tiempo les vuelve a jugar de las suyas. La nieve les ralentiza: “A las diez de la noche del día 30 nos poníamos en marcha para intentar escalar los larguísimos mil metros que nos separaban de la cima. Enseguida nos dimos cuenta que había más nieve de lo que quisiéramos y el trabajo de abrir huella fue muy pesado.” (Ferrán). Pero el principal problema era el viento; a las 7 de la mañana, encontrándose casi a 7.800m, no pueden seguir, y tienen que parar a esperar: ”Nos encontramos a 7.800 metros desde las 7 h, y decidimos esperar algún cambio de condiciones para intentar cima, pasan las horas y nada, el viento por encima de nuestras cabezas es insoportable. Las ráfagas que vienen desde Pakistán no permiten movimientos hacia arriba. La situación es absurda, 6 escaladores expuestos a la altitud extrema esperando lo improbable.” (Lolo).
“Enseguida me di cuenta de que la única manera de obtener un pequeño respiro y un poco de esperanza, ya metidos en plena locura eólica, era la de buscar refugio detrás de la arista sureste. Costó mucho llegar, pero al fin, cuando accedí a la brecha, el lado chino del Gasherbrum II nos ofreció un panorama totalmente diferente. Protegidos por un pequeño espolón, decidimos esperar un poco, para ver si el fuerte viento y las nubes de la cima iban menguando tal y como preveían las predicciones meteorológicas. Eran las siete de la madrugada y estábamos todos reunidos justo debajo de la pirámide final de la cara Este, a trescientos metros directos por debajo de la cima. Entre todos hicimos de tripas corazón y nos prometimos que no bajaríamos sin la cumbre, aunque tuviéramos que esperar a subir de noche. Tal era la fuerza y el optimismo del grupo, pero una decisión y una estrategia, para mí absolutamente nueva. Nunca me había planteado mantenerme en espera “in eternum” a 7.750 m de altura para el ataque final, pero aquella se había convertido ya en una lucha cara a cara entre nosotros y la montaña. Nunca había tenido tanto la impresión de que una montaña nos hacía la puñeta sin contemplaciones, pero seguro que no tenía previsto que un grupo de alpinistas cambiarían la estrategia de una manera tan radical e inusual. Al final la espera duró siete horas. Siete horas a 7.750 m sin comida ni agua extra. La espera fue angustiosa y pasó por todos los estadios posibles entre el optimismo desatado y el abandono definitivo de las armas.”
A la 1 y media de la tarde, deciden intentarlo. Y la suerte está de su parte: “Y fue entonces cuando se produjo el milagro. El cielo se abrió y el horizonte se descubrió a nuestro alrededor con un mar de nubes precioso. Y aunque en la arista final de la cumbre el viento continuaba levantando columnas de nieve, ya tuve claro que la batalla lo íbamos a ganar nosotros. Mehdi, exhausto, me cedió los últimos cien metros hasta la arista. Al clavarle el piolet, tuve claro que aquella era la llegada a la cima más espectacular de mi vida. Finalmente la montaña desistía, y bajo una luz de atardecer de una magia inusual, nos regalaba su arista virgen reservada desde hacía más de un año, para nosotros solos. La arista es tan afilada, que la única posición estable de espera es la de sentarse a caballo. Así lo hice hasta que llegó Jose, contemplando a cada lado y a cada pierna el increíble abismo que dividía la montaña en dos mundos tan diferentes. Y fue así como, asegurado con una cuerda por José, emprendí la escalada de los últimos cincuenta metros de la arista afilada hasta la cima. Cincuenta metros de luz dorada que nunca olvidaré.” (Ferrán). “El trabajo realizado por los de cabeza fue extraordinario, abrieron la huella y afrontaron la escalada de los últimos 50 metros de arista muy aérea, que llevan a la cima y donde el viento si era ciertamente peligroso. Ninguno creíamos lo que estábamos viviendo, la felicidad era evidente en los rostros de todos. Estábamos en la cima del G2. Habíamos escalado la montaña y estábamos allí arriba solos ¿imaginamos esta situación alguna vez? JAMÁS." (Lolo)
Comenzaba el descenso. Es cierto que aunque el día había sido muy largo y estaban agotados, y la montaña estaba muy cargada de nieve, lo afrontaban con algo más de tranquilidad porque habían encontrado las cuerdas que les ayudaban en los tramos más complejos, cosa que no esperaban. Pero con todo, les esperaba aún mucha lucha: “Como era de esperar, la bajada la hicimos de noche. En el lugar de espera, preparamos los frontales e iniciamos el descenso, en busca de la travesía. Cansados muy cansados. Llegamos a la tienda abandonada en el C4 y nos metimos cinco en lo que quedaba de ésta. Con las primeras luces continuamos el descenso por las cuerdas hasta el C3, donde llegamos y nos dispusimos a descansar. A las 13 horas iniciamos el descenso desde el C3 y a las 22 horas llegamos al C2. El estado de la nieve era deplorable haciendo nuestra progresión penosa....En el C1, conocemos la peor noticia de la expedición, afortunadamente sin ir a mayores. Ferrán había caído en una grieta, salvando la vida. Más de 15 metros de caída y parecía tener alguna costilla rota. El día 2 a las 5 de la mañana me dirijo a su tienda, esperando encontrar lo peor. El encuentro es emotivo, nos abrazamos emocionamos y a causa de su afonía me susurra: tu sabes lo que es esto, he vuelto a nacer. A pesar de la emoción compruebo que esta bien, alguna herida en la cabeza y toca pensar en la bajada por el glaciar, que se empeñaría en ser protagonista de la bajada, a la que dedicamos más de 6 horas.”
Ferrán Latorre se había adelantado junto al iraní Mehdi. Los demás pararon a pasar la noche en los restos de una tienda antigua en lo que suele ser el campo IV, y ellos descendieron hacia el 3. A la mañana siguiente, el catalán comenzó a bajar con la idea de llegar hasta el campo 1. En el 2 le esperaba Basheer. Esa fue su suerte. Cuando ya quedaba muy poco, cuando ya había finalizado el descenso y se encontraba en el glaciar de aproximación, un puente cedió y las profundidades del glaciar engulleron a Ferrán:
“El calor en seguida fue intenso, y la nieve empezó a perder contundencia de una manera alarmante: nunca había sufrido un descenso tan patético. A veces costaba avanzar, incluso rappelando, y las piernas a menudo se hundían sin fondo en una nieve que había perdido ya todas sus características de cohesión. A ratos nos arrastrábamos pendiente abajo de culo, para no tener que poner las piernas y quedar hundidos hasta la cintura, paralizados como si fuéramos en tierras movedizas. No era una situación peligrosa, sólo detestable y agotadora, además de lenta y desesperante. Por fin, el calvario se acabó al llegar al pie del Gasherbrum II: ya sólo nos quedaba media hora de glaciar plana hasta el Campo 1. En ese tramo, la mayoría de la gente no va encordada ya que el glaciar no está abierto, sólo hay dos o tres grietas y en general son muy visibles. De hecho los únicos que esta temporada iban encordados eran mis compañeros de Andalucía. Y antes de empezar el camino fácil hasta el Campo 1, estuve dudando durante unos segundos si coger una de las cuerdas de los Andaluces para seguir encordados, Basheer y yo. Finalmente lo descarté y seguimos como siempre, uno tras otro, siguiendo la huella antigua y habitual. Aproximadamente a medio camino, atravesamos la segunda grieta. El itinerario había sufrido una ligera variación, ya que yo la había cruzado más a la derecha, por un puente mucho mayor. El puente, aunque amplio y bien tapado, se veía un poco más frágil, y Basheer me alertó de que tuviera cuidado. Confié pues en la huella reciente. Confié que todo iría como siempre. Confié en que si a los que pasaron el día anterior no les había pasado nada, a mí tampoco.
Fue un error. Un error de apreciación y de exceso de confianza. Avancé. En el segundo paso, el suelo desapareció bajo mis pies y noté como el planeta me tragaba hacia la oscuridad. Ahora sólo recuerdo el hecho de caer. Y el ruido estridente del choque y el roce con la nieve. No recuerdo ningún color, sólo el negro absoluto. De repente, abrí los ojos. Estaba sentado en el fondo de una grieta. La primera acción fue la de comprobar que todo estaba bien, que el cuerpo seguía funcionando, un repaso exhaustivo y fulminante de todas las partes del cuerpo que duraría pocos segundos. Y en acto seguido, intenté controlar cualquier reacción de histeria. Pronto oí los gritos lejanos de Basheer. Alcé la cabeza, y por primera vez me di cuenta de la magnitud de la caída y del lugar donde estaba clavado. Por encima de mí, una enorme bóveda de hielo, de colores azules y verdes, me aislaba del mundo externo excepto por un pequeño agujero, el que había provocado a mi paso, y por el que asomaba una pequeña cabecita mirándome aterrorizada: eran los ojos de Basheer. La distancia debería ser de quince metros. Le contesté como pude, ya que estaba afónico, que me encontraba bien. Entendí entonces, que iría a buscar una cuerda y que volvería lo antes posible. Aquellas fueron sus últimas palabras antes de que comenzara a levantarme ya valorar qué es lo que me había pasado.
Me puse de pie. Una incredulidad exasperante invadió mi cuerpo: estaba viviendo una escena del la que nunca hubiera pensado ser el protagonista. No entendía cómo podía haber cometido ese error. Pero intenté dejar de lado los juicios lo antes posible. El silencio de aquel sepulcro frío y hostil, el lugar que podría haber sido mi sepulcro final, me acogía con una calma y una indiferencia espeluznante. El espectáculo era de una intensidad aterradora. Y de una belleza, al mismo tiempo que todavía me cuesta analizar. La grieta se abría camino muchos metros más allá, dejando entrar la luz para maquillar aquel espectáculo de hielo brutal y pavoroso de tonos azules y turquesas. Estaba bajo tierra, como cerca del infierno, como en las puertas de la muerte, en un mundo de hielo que ha estado esperando millones de años. Y yo seguía allí, plantado, invitado inoportuno de un silencio sepulcral que me atreví a perturbar sin el permiso de nadie. Reconozco que estuve unos segundos boquiabierto, asistiendo a aquella escena milagrosa, a la de seguir vivo, a la de poder hacer frente con mi plena vida y mi plena energía, a ese mundo inerte donde el letargo y la ausencia del paso del tiempo tenderían a apagar cualquier atisbo de vida. De golpe me pasó por la cabeza la posibilidad de que a Basheer le pudiera pasar algo y que nunca volviera. Y que quizá nunca los andaluces encontraran ese agujero por donde me caí. Una cierta angustia recorrió mi cuerpo. Pero enseguida me sacudí todos esos fantasmas de encima, e intenté también evitar cualquier tentación de filosofar sobre la vida y la muerte: decidí ser pragmático.
Para empezar, me di cuenta de que en aquella nevera empezaba a tener serios problemas con el frío. Como llevaba el Mono de plumas en la mochila, lo primero que hice fue ponérmelo, acción que requirió un buen rato, incluso el hecho de tener que descalzarme. Después hice una selección de todo lo que llevaba en la mochila, y decidí abandonar lo más superfluo. En este proceso, viví un intenso debate sobre qué hacer con mi querida e inseparable CANON 5D Mark III. Si tenía que jumarear cuerda arriba -la técnica utilizada para ascender por una cuerda en vertical- debería hacerlo sin mochila, claro. Pero ¿llevaría la cámara encima? ¿Era oportuno hacerlo? Quizás era excesivo… pero si la dejaba con la mochila, podría ser que no la recuperara nunca más… Decidí dejarla, pero cogí la tarjeta con las imágenes de cima para subirlas conmigo. Hice lo mismo con el walkie-talkie y con el teléfono. Una vez hecha la elección del que seguro que tenía que rescatar -a parte de mí mismo- preparé y ajusté todo el material de escalada a la perfección, porque en cuanto me llegara la cuerda, pudiera emprender el viaje hacia la ventana de la salvación cuanto antes. El jumar del cuerpo, el pedal, el piolet para la salida, todo metido en su sitio y a su perfecta distancia. Una vez todo listo, hice un trago de agua, me senté sobre la mochila, y me dispuse a esperar.
La espera duró una hora. No es que lo calculara entonces. Simplemente es el cálculo que hago ahora, fríamente, del tiempo que debería tardar Basheer para ir hasta la cuerda de los andaluces y volver. Aquel largo rato, fue como un elipsis en mi vida. Fue como un no ser. A ratos miraba arriba, hacia la ventana de la vida, el agujero por donde había caído, esperando una respuesta como el náufrago que mira el horizonte clavado, esperando otro navegante. La soledad era abismal, como la de un astronauta perdido en el Universo. Aquel lugar podría haber sido mi punto y final, pero a última hora, mientras caía al vacío, alguien decidió que no lo fuera, como si finalmente alguien hubiera dado marcha atrás con su decisión. Este pensamiento creó una cierta complicidad entre el yo, insignificante ser vivo, y aquel rincón perdido del mundo, que ahora se convertía tan especial para mí. Y una cierta sensación de calma y de reencuentro me invadió. De repente, volví a escuchar la voz lejana de Basheer. Y su cabecita sonriente y pequeña, volvía a aparecer por la ventanilla de la vida. Y enseguida el milagro, la cuerda que caía lenta y ordenadamente hacia mí. Una vez la tuve en la mano, tuve claro que de aquella saldría pronto. Le llamé a Basheer con insistencia, que sólo tenía que fijar la cuerda, que me enviara su jumar y que el resto ya lo haría yo. Dicho y hecho. Até la punta de la cuerda en la mochila, para recuperarla más tarde y para que hiciera de contrapeso durante la ascensión por la cuerda, preparé todo el material, y me dispuse a subir. Medio metro ya suspendido en el aire durante unos minutos, sirvieron para comprobar que Basheer había fijado bien la cuerda, con suficientes garantías. Y poco a poco fui ascendiendo por la cuerda, cogiendo altura y perspectiva, suspendido en medio de una bóveda de hielo que cada vez era más ancha y más impresionante.
Cada tres brazadas tenía que parar; notaba nuevamente el cansancio de la cima sobre el cuerpo, y un cierto dolor en las costillas y el hombro derecho, las lesiones de la caída. A medio camino, la visión era aterradora. Suspendido de aquel hilo salvador, en medio de la grieta, sin tocar ninguna pared, podía ver por encima de mí el agujero por donde me caí, y por debajo el lugar donde aterricé. Oscilaba levemente en medio de la nada, en ese espacio vacío y ahora encantador, que poco a poco me abandonaba, de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida. Algunos minutos más tarde por fin asomaba por el agujero. El mundo seguía existiendo. El cielo todavía era azul. Todavía era de día. Y Basheer me miraba atento y feliz desde unos cuantos metros. Me arrastré hasta él y nos abrazamos fervorosamente. Como desesperado, no paraba de llorar y decirme que era mi hermano. Y me enseñó con orgullo la reunión en “T” que había utilizado para fijar la cuerda y que yo le había enseñado un mes antes.”
Página de Ferrán Latorre: www.ferranlatorre.com
Página de Lolo González: Andalucia 2x8000