"El día 23 de mayo no tenía que hacer tanto viento. Mientras subíamos por la arista norte todos los cuerpos colgados de la cuerda fija se inclinaban con iguales grados para vencer la fuerza del viento. Y todos paraban y se protegían en un gesto inútil que al mismo tiempo intentaba evitar lo inevitable, cada vez que veíamos como una ráfaga de viento barría toda la cara norte hasta llegar a la arista, donde el viento se aceleraba más todavía. El día que debía de ser un día plácido se convirtió en un infierno. Los primeros quinientos metros discurren por una ancha arista de nieve, constante y aburrida, y sin ningún tipo de protección, a placer del viento. Hasta que no llegamos a las rocas que marcan los 7500 metros fuimos víctimas del lugar más ventoso del Everest. Tres horas hasta que nos pudimos proteger un poco en medio de unas rocas que de mala manera nos permitieron dar el primer trago de bebida mientras esperábamos nuestro sherpa, Retemba, que al cabo de media hora y con cara de sufrimiento se reunía con nosotros.
El lugar es un mirador fantástico, pero al mismo tiempo se trata de una larga arista de roca poco atractiva para instalar un campamento. Las plataformas ahora parcialmente desempleadas después de que las primeras expediciones hicieran cima los días 19 y 20, se van sucediendo mientras voy trepando entre las rocas haciendo funambulismo en medio del viento intenso. Finalmente llego al lugar donde dejamos el depósito hacía apenas unos diez días. Las plataformas, antes ocupadas, ahora están libres, y deposito la mochila en la que me parece que es más amplia. Al poco rato llegan Retemba y Nacho. A gritos, pesar de la poca distancia, les indico el lugar elegido.
Retemba deambula un largo rato alrededor del depósito mientras otros alpinistas intentan montar una tienda. Le repito varias veces el gesto de que me acerque la tienda para empezar a montarla. No entiendo muy bien qué me dice. Empiezo a preparar la plataforma sacando las piedras grandes y alguna basura abandonada. Vuelvo a dirigirme a Retemba, no entiendo tanta lentitud. Todos estamos cansados, el viento es fuerte y nos irrita permanentemente, el frío se cuela por lugares imposibles a través de la ropa y por eso tenemos prisa en montar la tienda y refugiarnos. Retemba se me acerca al oído. Me lo ha de repetir tres veces, no sea que, a pesar de la corta distancia, el viento se haya llevado algunas palabras y no entienda lo que me está diciendo: “no hay nada, alguien se ha llevado el depósito. Todo excepto la tienda“.
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