Evidentemente, para ello hay que esperar a que se congele, pero incluso entonces dista de ser un paseo: la historia de esta aventura, contada por José Mijares, que junto a José Manuel Naranjo realizó la travesía –quizá por primera vez- Entre Finlandia y Suecia, es todo un relato de aventuras, pero sin rastro de ficción, como demuestran las imágenes.
Jose Miejares, pasando por encima de un canal de agua |
Comenzamos esquiando junto al archipiélago de Oulu sobre buena nieve, plana e incluso continuamos durante algunas horas de la primera noche. Orientándonos con los faros de algunas islas lejanas, más que esquiadores parecíamos navegantes, hasta que el primer rompe-hielos se cruzó en nuestro camino...
Estos, cuando abren el mar, trituran a su paso todo lo que encuentran más allá de la anchura misma de su casco, y tras ellos dejan enormes piedras de hielo mezcladas con granizado marino y bloques de varios metros cuadrados.
La anchura de estos canales varía de 60 a 100 metros y son infranqueables hasta que se vuelven a congelar. Entonces no queda mas remedio que montar la tienda y esperar, como hicimos durante 4 horas la primera noche. Después seguimos nuestro camino unos kilómetros más y acampamos definitivamente. Al día siguiente, preferimos salir después de haber descansado lo suficiente para otra jornada que seguía sobre un piso muy firme y con la visión cercana de alguna que otra ruta de rompe-hielos.
Jose Manuel Naranjo y José Mijares, los exploradores |
La mayor de las islas del archipiélago de Oulu, “Hailoto”, fue la última referencia antes de internarnos en la banquisa (el mar congelado). Estas islas asientan de manera extraordinaria el hielo y por este motivo el suelo es regular. Por ser aquí donde primero se empieza a congelar el mar, el proceso no sufre ningún efecto traumático que lo altere, como ocurre en el interior, que se congela más tarde.
Antes de perder la isla de vista nos encontramos a unos pescadores finlandeses que nos regalaron unos arenques, los cuales pasaron de inmediato a la bodega de emergencia. Al final del día empezamos a ver las primeras crestas de presión. Hay que caminar buscando una línea que nunca es recta, subes y bajas, rodeas canales abiertos de agua negra que va ganando la carrera al hielo, una pasta verde y mansa resignada a volver a su lugar de origen. Hay que pisar con precaución y confiar en ser liviano para cruzar a la otra orilla, con un paso largo, un salto, buscando una loseta desprendida que sirva de puente, mientras notas como se hunde a tu paso.
Comprobando el grosor del hielo en las líneas de presión |
Uno de los días, mientras nos preparábamos para salir (casi tres horas después de despertarnos) éramos conscientes -gracias al GPS-, de cómo estábamos yendo a la deriva, 1000 metros para ser exactos, rumbo noroeste. Quizás habíamos acampado sobre un enorme témpano del que nosotros no éramos conscientes y éste se desplazaba con el viento.
A menudo pensaba, como en una pesadilla, que en lo alto de la siguiente escombrera helada veríamos un canal enorme sin posibilidad alguna y por eso corríamos siempre hasta agotar el día, sin apenas pausas. Las temperaturas que debían de ser de -20ºC en Marzo, estaban ahora muy por encima, llegando a registrar +7ºC, lo que provocaba que se deshiciera el hielo peligrosamente.
Si es posible, se rodean las crestas de presión |
Uno de los momentos más increíbles del viaje, fue precisamente en mitad de la travesía cuando apareció, apenas a 500 metros a nuestra espalda, un enorme rompe-hielos remolcando 2 cargueros. Por suerte ya habíamos cruzado su vía de paso. Dudo que ellos nos vieran desde el barco, pero para nosotros fue una visión espectral y fantasmagórica en la tarde del sexto día, algo difícil de olvidar.
Cuando has cogido el ritmo, cuando ya te has hecho a la locura de la banquisa y su caos, es cuando empiezas a disfrutarla. Cada noche en la mínima tienda de campaña con los hornillos rugiendo, practicábamos nuestro pasatiempos favorito: el”infiernismo”. Poníamos el interior tan caliente como podíamos, hasta 50ºC. No es de extrañar que después de pasarnos el día “arando” a la intemperie sin cobijo ninguno, ansiáramos verdaderamente calor hasta romper a sudar, algo parecido a lo que los Finlandeses hacen en sus saunas.
El autor del reportaje, en un momento de descanso |
El frío y el viento, la nieve e incluso la lluvia que nos cayó durante horas día tras día sólo se podían apartar de la mente pensando en esas horas postreras de intenso calor que acompañarían a un buen potaje y a nuestra bebida favorita: suero oral mezclado con Tang bien calentito, autentico “gin baltic” capaz de hacernos resistir esas tormentas "descuernabueyes" que soplaron sin cesar en la banquisa.
Dicen que los esquimales son capaces de reconocer el hielo con sólo mirarlo. Salvando las enormes distancias, nos sentíamos un poco esquimales reconociendo el hielo verde y azul como sólido, el que tenía una capa de nieve encima como aceptable y el negro como inquietante. A menudo el grosor de los bloques que han salido al exterior por la violencia de las corrientes marinas, dan una idea del grosor de lo que estás pisando y esto sirve para tranquilizar, o todo lo contrario.